Dos años de Covid en República Dominicana, de la incertidumbre a cifras bajo control

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El primero de marzo de 2020, el italiano Claudio Pascualini fue ingresado al hospital militar Ramón de Lara, en la Base Aérea de San Isidro, donde permaneció ingresado por 54 días, siendo el primer caso de coronavirus confirmado en el país.

A dos años de este suceso, el mundo ha tenido grandes avances con el desarrollo de las vacunas y antivirales monoclonales que han salvado la vida de millones de personas.

A nivel global, en el planeta se han registrado 430,257,564 casos de COVID-19 y se han producido 5,922,047 muertes. En República Dominicana, hasta el boletín 711 se reportaban 574,556 casos registrados; 1,866 casos activos; 568,322 recuperados; 2,540,641 descartados y 4,368 defunciones.

En este segundo aniversario de la detección del COVID-19 en la nación, Diario Libre conversó con miembros del personal de salud que han vivido el impacto de las cinco olas de la pandemia de primera mano.

El gerente de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Centro Médico Domínico-Cubano, Emil Jorge Manzur, cuenta: “Cuando se avisó que había un virus que venía de China, tuvimos una reunión en la clínica y pensábamos que no iba a llegar porque el ébola amenazó y no llegó, pero, decidimos prepararnos como quiera”.

En tan solo una semana crearon una planta con aislamiento. Su primer paciente sospechoso fue un turista ruso que vino de vacaciones. “A uno se le mete un pánico, le hicieron la prueba y salió negativo”, dijo.

La llegada del Covid “no fue fácil”. Más de la mitad de su personal de enfermería y camilleros renunció porque estaban asustados. Junto a los demás intensivistas ponderaron enviar a las esposas e hijos a alguna provincia, muy lejos. Incluso, coordinaron quién iba a cuidar la familia del otro médico en caso de que alguno falleciera por el virus.

“Me tocó ser capitán de un barco con 400 hoyos”, reconoció el neumólogo, intensivista e internista.

“A nosotros como intensivistas se nos entrena para manejar emociones, pero hay algo de la empatía que te la da mirarte de frente, tocarte un brazo y eso no se podía hacer. Todo por teléfono y decirle a una gente: tu familiar se va a morir”, reconoce que fue lo más difícil.

Llegó a recibir pacientes con sangrados estomacales por tomar té con aspirina y otros que creían irrefutablemente que la ivermectina era la cura para el Covid.

Lidió con problemas administrativos, falta de camas para ingresos, escasez de oxígeno, consultas primero online y luego viendo hasta 100 pacientes diarios y familiares de pacientes violentos por no tener camas. “Eso era un estrés de vida”, afirmó Manzur.

Dentro del fuego

“Estuve dentro del fuego, pero no me quemé. No es fácil cuando uno llega y el hospital está repleto. No era fácil continuar 24 horas en pie. A veces me daban las 5:00 de la mañana llenando récords, con los pies ya dormidos y cuando uno creía que iba a terminar, llegaba una emergencia”, contó Mercedes Berroa, enfermera en el hospital Moscoso Puello, quien hasta el momento no se ha contagiado del virus.

La profesión elegida

“Mi madre y mi esposa no querían que yo entrara a la unidad pero dije: ‘Eso es lo que nos toca, uno escogió esta carrera’”, confesó Emmanuel Severino, médico familiar del Moscoso Puello.

“Saber de un paciente que entre y que el familiar no lo vea más hasta que salga de alta o fallezca. Esa era una situación bastante difícil y lamentablemente, uno como médico, trata de no involucrarse sentimentalmente, pero a veces es imposible desligarte y te afecta”, comentó.

Severino cree que la enseñanza de la pandemia radica en “valorar la vida y a cuidarnos un poco más, aprovechar a la familia y darle tiempo de calidad porque es duro cuando fallece un pariente, mucho más cuando no puedes estar a su lado”.

Atendió al ministro

En el 2016, la neumóloga Natalia García escribió un libro sobre el calentamiento global y hablaba de que los virus en el futuro iban a causar los grandes estragos de la humanidad y en cuatro años lo pudo comprobar.

La antigua directora médica clínica de Unión Médica de Santiago tomó la delantera y creó un protocolo administrativo de cómo manejar la pandemia en caso de que llegara al país, pasando a ser coordinadora de investigación en dicho centro de salud.

En marzo de 2020 comenzó la recopilación de datos al ver que el virus se esparcía rápidamente por otros países y le permitió tener una escala para catalogar los casos en leves, moderados y graves y prescribirle un tratamiento con una receta empírica de antivirales que creó, la observación de su tomografía y un análisis de dímero D en sangre para monitorear la coagulación.

“Cuando vimos las tomografías con patrones fibróticos (como un panal de abeja) dijimos: ‘Se va a morir todo el mundo’, porque esta enfermedad tenía un alcance que no la conocíamos hasta ese momento y sentí pánico”, admitió la también asesora del Ministerio de Salud.

“Me deprimí mucho porque yo no entendía la magnitud de este virus desconocido”, añadió.

García vio que en China habían aplicado Tocilizumab, un anticuerpo monoclonal, a 21 pacientes agravados y todos se habían salvado.

“La primera persona a la que le apliqué ese fármaco fue al doctor Daniel Rivera, su hijo, un cardiólogo de alto nivel, me dijo: ¡Jefa, yo confío en usted, póngaselo! Y para la gloria de Dios tenemos a un ministro hoy haciendo un papel de responsabilidad y compromiso, y sobre todo que entiende la enfermedad”.

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